martes, 28 de abril de 2020

Desde mi trinchera


Parece que ha pasado un siglo desde que comenzamos a ver pacientes con sospecha de COVID-19 y tan solo han pasado 2 meses. El nuevo coronavirus, que se había detectado en diciembre del año pasado en Wuhan y que, aparentemente, había sido contenido en China, tras casi 3000 muertos oficiales, parecía ser más peligroso que los coronavirus que se detectaron en el 2002 y el 2013. Había saltado ya a varios países asiáticos con pocos casos aún y, hasta entonces, no parecía un peligro real para nuestros pacientes. Pero todo cambió en la 2ª quincena de febrero, cuando el SARS-CoV2 llegó al norte de Italia y comenzó a extenderse como una plaga bíblica. Desde España mirábamos las cifras italianas y sabíamos que era cuestión de días que nos llegara y, desgraciadamente, así fue.

Los primeros avisos con sospecha de COVID-19 que viví en el SUMMA 112 (El Servicio de Urgencias Médicas de la Comunidad de Madrid, donde llevo 15 años trabajando) fueron duros. Teníamos formación previa para colocarnos el Equipo de Protección Individual (los famosos EPIs), que habíamos recibido durante la crisis del Ébola, pero no habíamos tenido que utilizarlos con pacientes reales. En un abrir y cerrar de ojos, el 50%, el 80% y finalmente el 100% de los pacientes que veíamos eran probables COVID o confirmados. Había que hacer medicina desde dentro de un equipo que dificultaba todo lo que hacíamos para diagnosticar y tratar a nuestros pacientes. Auscultar era complicado; canalizar una vía venosa o poner medicación también lo era. Pero lo más duro para mi era que los pacientes, la mayoría muy mayores, muchos de ellos con deterioro cognitivo, veían entrar en sus domicilios a una especie de extraterrestre cuyo rostro apenas podían ver y casi no nos oían con la doble mascarilla.

El número de avisos se disparó. Mi unidad hacía aproximadamente 1 ó 2 fallecimientos al mes en condiciones normales. Con la pandemia llegue a tener 6 certificados de defunción en una sola guardia de 17 horas. Y detrás de cada persona que fallecía había una historia, una familia, una angustia…y ni siquiera podíamos tener un gesto cálido con los familiares embutidos en los EPIs.

Nuestra prioridad era intentar hacer la mejor medicina posible frente a la pandemia. Por eso intentamos tomar todas las medidas preventivas que pudiéramos con el material del que disponíamos, para no contagiarnos nosotros y poder seguir ocupándonos de las personas que nos necesitaban. Por esto mismo fue terrible cuando nos comunicaron que las famosas mascarillas N95 que el Ministerio de Sanidad nos había distribuido, entre otros, al SUMMA, eran un fraude, solo funcionaban entre 3 y 5 minutos…eran la herramienta perfecta para que nos contagiáramos nosotros, nuestras familias y nuestros pacientes. Por fortuna, yo no llegue a utilizarlas, pero sí cientos de compañeros. Muchos de ellos, a día de hoy, siguen en cuarentena.

En esta batalla me siento un privilegiado porque el SUMMA112 ha tenido carencias puntuales de material, pero las hemos ido solventando. Ha habido trincheras terribles e infinitamente más duras en los Centros de Salud y sobre todo en los Hospitales. Tengo compañeras anestesistas que han estado más de 4 semanas intubando pacientes con COVID protegidas con bolsas de basura, sin haber visto un EPI. Enfermeras que llevaban 26 días con la misma mascarilla quirúrgica que lavaban en su casa cada noche. Auxiliares de Residencias de Ancianos que luchaban con todo lo que tenían para seguir cuidando de sus residentes.

Algunas noches pensaba que siempre me había parecido España un lugar maravilloso para vivir, algo en lo que coinciden muchísimos extranjeros, por cierto, pero que frente a nuestro carácter mediterráneo, por un tiempo limitado, me gustaría tener algunas características asiáticas que creo que ayudan a contener el virus: el distanciamiento social, la mascarilla que parece que viene de serie en muchos países asiáticos…y, sin embargo,  me parece que el confinamiento lo estamos haciendo muy bien, mejor de lo que esperaba. Cierto es que si el 99% lo hacemos perfecto y un 1% se lo salta… serían 460.000 personas que pueden funcionar como vectores nuevamente y provocar una 2ª ola de este tsunami que puede ser más dura que la primera.

Vivo en Segovia, donde tenemos tasas de incidencia y de mortalidad mayores que las de Madrid. Desde aquí he seguido las cifras de la Provincia de Zamora, donde mi familia e infinidad de amigos residen, y me he alegrado, enormemente, al saber que el desgarro de esta pandemia ha sido menor allí.

Ojalá que el dolor y el sufrimiento que esta guerra sanitaria nos ha traído vayan aminorando y nos permita renacer mejores de lo que éramos, más humanos y más hermanados.

 

Javier Cuadrado (médico del SUMMA112)

(28 de Abril de 2020)